Libre de toda obligación

Réquiem por la libertad de expresión

Hace unos días me escribió mi compañero Julio Valdeón. Él y Jose María Albert de Paco, ambos periodistas, habían redactado un manifiesto en defensa de Arcadi Espada, denunciado por la Generalitat de Cataluña y por la Federación de entidades de Discapacidad Intelectual de Cataluña por aquel artículo de hace seis años que Risto Mejide rescató para su programita, y a cuenta del cual asistimos a uno de los momentos más burdos y tramposos de los últimos tiempos en televisión. “Échale un vistazo y me dices si quieres sumarte. No te sientas obligada” me dijo Julio. Lo firmé, por supuesto, libre de toda obligación, convencida y encantada. Ese alegato en defensa de la libertad de expresión me parecía, y me sigue pareciendo, absolutamente necesario.

Mandé una copia del manifiesto a varios amigos, todos seres talentosos, grandes profesionales y generosos. Algunos de ellos en franco desacuerdo con Espada. Amigos de izquierdas, de derechas y de centro, algún tibio y un par de equidistantes. Todos ellos se adhirieron sin melindres a la causa. A todos les parecía que, independientemente de si se estaba de acuerdo o no con lo dicho por Arcadi, este tenía todo el derecho a manifestar su opinión sin sufrir un acoso que supera lo establecido por un elemental sentido del decoro. A veces el límite, cuando la razón ya ha sido atropellada, debería establecerlo la vergüenza torera.

Me resultó muy curiosa la reacción de un amigo en concreto al enviarle el texto. Firme defensor de la libertad de expresión y en las antípodas ideológicas de Arcadi Espada, no tardó ni un segundo en sumarse al manifiesto. Luego, medio en broma medio en serio, me dijo: “Firmado. Pero te haré responsable de todos los amigos que pierda cuando se publique”. Yo me reí, claro. Pero fue una risa nerviosa. Porque aunque mi amigo me lo decía bromeando yo sabía que era muy posible que eso llegara a pasar. Porque así están las cosas. La más mínima disidencia es castigada. Y yo me acababa de hacer responsable. El Peter Parker disléxico que habita en mí se hizo un lío, me susurró que eso conllevaba un gran superpoder y yo no entendí nada, pero me agobié.

También le envié el manifiesto a otro amigo, el escritor Camilo de Ory. Me pareció especialmente apropiado porque a él, como si de un mal chiste se tratara, le denunció hace poco un señor de Navarra que se sintió profundamente ofendido por un chiste en twitter. A mí es que casi me da la risa al contarlo, pero en realidad tiene muy poca gracia. ¿En que lugar deja esto la libertad de pensamiento y de expresión? Este señor anónimo de Navarra, seguramente de un aspecto similar al de su vecino del quinto y con probablemente similares costumbres, decidió levantarse del sillón e invertir parte de su tiempo en interponer una denuncia contra alguien porque este, en un lugar indeterminado de la geografía española, había escrito un chascarrillo de unos 240 caracteres que no se ajustaba a lo que él consideraba moralmente aceptable. En serio, me reiría, pero estoy llorando. Aún más si pienso que incluso hubo algún irresponsable cargo público que manifestó su intención de hacer todo lo posible para que le retirasen un premio literario recibido en, ni más ni menos, el año 2005. Vale, lo admito. Ahora sí me he reído.

Ambos casos son escandalosamente preocupantes. Y creo que no exagero. Hemos asumido y normalizado como sociedad que las cuestiones intelectuales, en lugar de fomentar un debate sano que nos haga evolucionar, se diriman en un juzgado. Acuérdense de aquel juez que escribió un poemita jocoso en la revista de una asociación y acabó contribuyendo a la hipoteca de un chalet de Galapagar. Esto es muy sintomático porque, desde el momento en que alguien interpone una denuncia contra alguien y le acusa de algo, ya uno de los dos es potencialmente culpable y otro potencialmente víctima. Y esa masa estúpida en la que nos convertimos cuando dejamos de ser personas y pasamos a ser gente se posiciona, borrica como ella sola y excesiva en sus sentimientos, en defensa de quien percibe como débil. Las masas, como dice Gustave Le Bon en Psicología de las masas, son solamente poderosas para destruir. Siempre. Nunca para construir. Y eso es lo que ha sucedido tanto a Espada como a De Ory. Que a los ojos de la gente de bien, de todos los bienpensantes, son seres abyectos merecedores de todo mal. Y chitón.

Es por esta razón que el manifiesto impulsado por Julio y Jose María trasciende, en mi opinión, a la defensa de Arcadi Espada y va más allá. Es una defensa a ultranza de la Libertad De Expresión. Con mayúsculas. Es un texto que nos está dando un tirón de orejas, es en realidad un “ojo cuidado, precipicio” como la copa de un pino. Porque nos acercamos, inconsciente y peligrosamente, a normalizar el hecho de resolver la discrepancia a fuerza de callar voces. Y si consentimos eso ahora, estamos perdidos. La libertad de pensamiento y de expresión es la herramienta fundamental para lograr cualquier conquista social, para un avance real. Y tratar de aniquilarla, por incómoda o por inconveniente, es un acto suicida.

No siempre estoy de acuerdo con todo lo que escribe Arcadi Espada y no siempre lo estoy con lo que escribe Camilo De Ory. Muchas veces no estoy de acuerdo ni conmigo misma, como para estarlo constantemente con alguien que habita fuera de mi perímetro corporal. Háganse cargo del dislate que sería pretenderlo. Pero siempre preferiré a alguien que piensa diferente pero es capaz de argumentar y de discutir, en la primera acepción del término, que a aquel más próximo en ideología que pretende imponerla, autoritariamente, a costa del silencio forzoso del otro.

Hacedme un favor. Si todavía no habéis firmado el manifiesto, hacedlo. No por Espada, o por De Ory, ni por el juez poeta o un rapero en el exilio. Hacedlo para no ser cómplices por omisión de socorro del asesinato, pérfido y doloso, de la ya agonizante libertad de expresión.




Rebeca Argudo, La Razón, 30 de marzo

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